lunes

Ghost Town


Aqui les adjunto una columna del gran Joe Black que fue publicada el domingo pasado en Reportajes de El Mercurio.Una buena crítica sobre como esa promesa de la desentralización que se ha dado durante cuatro cuatro gobiernos sólo son palabras vacias.

Ghost town

Joe Black

La columna de esta semana está dedicada a todos los chilenos y chilenas que no viven en Santiago. Los capitalinos que quieran continuar leyendo pueden hacerlo, pero estén prevenidos de que estas líneas no fueron pensadas para ustedes. Por lo tanto, no acepto quejas posteriores.

Queridos compatriotas de la provincia, habitantes del Chile interior y profundo: ¿qué sienten cuando miran hoy a Santiago?
Durante años viví en regiones, y en esa época yo miraba hacia la capital —como muchos de mis conocidos de entonces— con una mezcla de envidia, resentimiento y admiración. “Santiago se lleva la mejor tajada”, decíamos. Y luego criticábamos a los gobiernos, a todos los gobiernos, por llenarse la boca con la regionalización sin hacer nada de verdad.

Volví a Santiago. Y aquí estoy, prácticamente recluido en mi casa. En auto no se puede andar, porque si la fórmula [bencina + tag + estacionamiento] no te manda a la quiebra, los tacos te mandan al siquiatra y terminas pagando 100 lucas entre el facultativo y la droga que te receta.

La micros tampoco se pueden usar. Uno nunca sabe si va a pasar o no la que uno necesita. Y si pasa, lo más probable es que no pare, porque va llena o porque al chofer simplemente le da lo mismo, ya que no tiene ningún incentivo por tener más “clientes”. Es más, los pasajeros que van en la micro lo instigan a que siga de largo, porque todos van atrasados y molestos. Como se dijo esta semana: antes del Transantiago los choferes iban estresados y trataban mal a la gente, en cambio hoy, son los pasajeros los estresados que tratan mal al chofer.

Ser peatón también es imposible en Santiago. La calle se llenó de dementes que manejan de 180 km por hora para arriba, convirtiendo sus autos en verdaderas armas mortales, como vimos esta semana.
Para qué hablar del Metro. Colapsado es una palabra demasiado suave para definirlo. “Se lo echaron”, me dijo el otro día un amigo refiriéndose a la que alguna vez fue la joya de Santiago.
Hay santiaguinos que dicen que, literalmente, ya no se puede salir a la calle.

Supongo que el mejor negocio del momento en nuestra capital es el despacho a domicilio.

Porque el otro drama es la contaminación que, vaya paradoja, tiene una relación inversamente proporcional al Transantiago. Mientras el ministro de Transportes, René Cortázar, eleva plegarias cada noche para que no llueva, para que así la gente que deambula por las calles en busca de locomoción no se moje, otras autoridades hacen mandas para que sí precipite; de lo contrario el humo nos asfixia.
Como ven, lo único que hemos logrado en el último tiempo los santiaguinos es volvernos más religiosos.

Así, sin proponérselo, el actual régimen está a punto de conseguir un anhelo largamente esperado: la descentralización del país. Si esto sigue así, Santiago será dentro de poco un pueblo fantasma. No se imaginan la cantidad de gente que conozco que piensa huir de una buena vez de la capital. Ahora somos nosotros, los santiaguinos quienes miramos con una mezcla de envidia, resentimiento y admiración a las provincias.

¿Pero están ustedes, queridos compatriotas de regiones, dispuestos a recibirnos a nosotros? ¿Tolerarán nuestros bruscos cambios de humor, nuestro acento duro, nuestro modo apurón y prepotente, nuestros gustos exigentes?
Se viene el éxodo. Allá vamos, fértiles provincias. ¿Habrá lugar, al menos para un forastero como yo?

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